En los últimos años la escena de la música en vivo se encuentra atravesando fuertes procesos de transformación que aún no terminan por definirse, o por lo menos no encuentra un período estable que permita vislumbrar un rumbo para conocer hacia dónde carajo estamos yendo. En un corto período de tiempo los cambios radicales que se vienen produciendo en la industria musical modificaron completamente las experiencias en la música en vivo, tanto que me atrevo a plantear, si ésta quiere realmente seguir teniendo bandas tocando en el escenario.

Desde la aparición de las plataformas que liquidaron la producción de discos, llevó solo 5 años que el streaming cope el 90% del mercado, hasta la transformación de los grandes festivales, ahora orientados más hacia los usuarios de instagram que a la experiencia de ver bandas en vivo, llegó la maldita pandemia y ahora la inteligencia artificial.

¿Dónde queda parada la escena emergente en todo esto?

Cada nuevo cambio de paradigma es presentado por la industria como transformador, inclusivo y con oportunidades para los que menos tienen, me re suena. Pero con el correr de los años los resultados no son del todo positivos en la base de la pirámide musical, esto es, en las escenas emergentes, si, el semillero del cual se alimenta la industria.

Fuck Festival

Por un lado, los modelos de producción de los grandes festivales han experimentado una transformación significativa. Tradicionalmente, los eventos se centraban en atraer al público a través de bandas de renombre. Sin embargo, en la actualidad, el éxito de los festivales ya no depende tanto de los nombres que figuran en el line up, hoy el público paga lo que sea un early bird sin siquiera tener una banda anunciada. No sé quién toca pero no puedo faltar.

Así es como pasamos de un descontrolado Woodstock 99, con el mejor line up del momento pero con gente tomando agua contaminada, a un Coachella donde se hace yoga y meditación multisensorial pero no se sabe bien quién toca.

La industria ha comenzado a vender entradas basándose en experiencias integrales, modificando la forma en que los asistentes reciben y disfrutan de estos eventos, los festivales modernos ahora se destacan por crear entornos que van más allá de la música. Gastronomía gourmet, instalaciones artísticas interactivas, experiencias de bienestar, ecología y actividades recreativas han pasado a ser componentes esenciales de la propuesta, llevando al público a pagar entradas con precios descomunales. 

Woodstock 1999, una bisagra en la industria de los festivales masivos. Un line up explosivo con una producción que se cagó en la hospitalidad al público y todo se fue al carajo.
Coachella y su yoga, meditación y sanación con sonido todos los días para ayudar a los asistentes al festival a recargar energías y conectarse con ellos mismos. 

Esta tendencia refleja un cambio en las expectativas del público, que más allá de la música, encuentra en estos eventos una poderosa herramienta de marketing viral. Por esto mismo, si la industria promueve una audiencia que ya no considera primordial los line ups en sus poderosos festivales, qué queda más abajo.

Especialmente para la escena emergente, una de las principales dificultades es la baja venta de entradas, que si bien no es una novedad, ésta ha sido potenciada por la pandemia y las crisis económicas a nivel mundial. Los consumidores, enfrentando una inflación y un poder adquisitivo reducido, priorizan sus gastos y dejan fuera de su presupuesto las entradas para shows de artistas menos conocidos, prefiriendo invertir en experiencias más espectaculares con el objetivo de tener un registro de haber estado ahí, sin importar tanto cuánto pagó.

Este círculo vicioso donde las bandas emergentes tienen serias dificultades para atraer a una audiencia suficiente como para sostener sus shows, se suma a una problemática crítica, que es la falta de espacios para tocar. Los venues pequeños y medianos, que tradicionalmente han sido plataformas para los artistas, están disminuyendo en número. Los costos operativos elevados han obligado a muchos de estos locales a cerrar, dejando a la música emergente con opciones cada vez más reducidas. 

Si bien estos festivales pueden dar visibilidad a bandas emergentes, rara vez tienen la oportunidad de actuar en horarios centrales de alta audiencia, lo que limita la exposición y capacidad para atraer nuevos seguidores. Sin mencionar la acentuada proliferación de artistas que llegan a encabezar festivales sin siquiera haber pisado escenarios locales utilizando sólo las plataformas que promueve y maneja la industria a su modo, esto le viene como anillo al dedo. 

venue Jive
«Tenemos festivales todo el tiempo y el gobierno los apoya muchísimo. Hay mucha financiación y promoción para estos eventos. Como no tenemos una gran población, estamos perdiendo el patrocinio de los locales pequeños», Tam Boakes, propietaria de Jive, una sala en Australia que tuvo a Tame Impala en su escenario y hoy lucha por mantenerse activa. (abc.net)

Competencia Desigual

Lógicamente los grandes festivales tienen mayores recursos financieros y de marketing, lo que les permite contratar bandas consagradas y garantizar una mayor cobertura mediática, por no decir que se chupan toda la prensa. Esto deja a los espacios independientes que programan durante todo el año luchando por atraer tanto a artistas como a audiencias, quienes prefieren asistir a eventos más grandes con nombres reconocidos.

A su vez, los patrocinios de empresas, comercios y apoyos gubernamentales que podrían destinarse a pequeños locales y artistas emergentes se canalizan hacia los grandes festivales, por no decir que se chupan todo el sponsoreo, claro está que la inversión publicitaria tendrá mayor rédito, quedando los espacios independientes con menos apoyo financiero para sostenerse.

No hay dudas que el impacto de los grandes festivales en las economías locales es muy significativo, pero también hay que tener en cuenta que por su caudal de inversión mueven el amperímetro generando una suba de costos, dónde la escena independiente no puede competir contra los aumentos tanto en cachets como en alquileres a proveedores. Una vez que el artista desembarca en estos mega festivales, es muy difícil que vuelva a un escenario emergente, lo mismo ocurre con un proveedor.

Mientras que los grandes festivales de música ofrecen experiencias espectaculares y atraen a multitudes, su posición dominante y éxito pueden tener efectos adversos en las escenas locales de espacios independientes. Encontrar un equilibrio que permita a ambos coexistir es necesario para el futuro de la música en vivo.

Si algo ha demostrado la escena independiente es que logra adaptarse a los cambios de época y hasta puede subsistir desde la clandestinidad si es necesario, lo único que no debe tolerarse es que la usen de manera descartable, porque cuando bajan a buscar nuevos talentos siempre tiene material diverso para ofrecer y es la única que puede romper con la homogeneización reinante en la industria musical actual, dónde todo suena igual.